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viernes, 1 de febrero de 2013

BENDICIONES

ESPECIAL,. PORQUE VIENE DE JEHOVA.

“Hágase tu voluntad”

En sus oraciones, el pueblo de Dios debe tener en primer lugar tanto en su mente como en su corazón el deseo de que su voluntad se efectúe en todas sus experiencias. Tenemos un ejemplo excepcional de esto en el caso de Jesús. En el Jardín de Getsemaní, cuando el Maestro afrontaba el arresto y la muerte, “comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo [a sus discípulos]: Mi alma está muy triste, hasta la muerte . . . Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.” (Mateo 26:38,39)
Fue la voluntad de Dios de que Jesús sufriera la humillación y la muerte como el Redentor y el Salvador de los hombres. Este rasgo importante del plan divino había sido profetizado por los profetas santos del Antiguo Testamento. Y Jesús sobre todo quiso que la voluntad divina se llevara a cabo, sin tener en cuenta lo que esto significaría para él. Él confirmó esto más tarde, cuando estuvo a punto de ser arrestado. Pedro sacó su espada para proteger a su Maestro, quien le dijo, “Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Juan 18:10,11)
Los seguidores de Jesús tienen el privilegio de sufrir y morir con él. Pablo habló de ser “crucificado” con él, y también escribió, “a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él.” (Gálatas 2:20, Filipenses 1:29) Se nos insta a seguir en las pisadas de Jesús, así que sabemos que no es la voluntad de Dios la de protegernos de toda privación. Por eso, como en el caso de Jesús, nuestra preocupación principal debe ser que la voluntad del Señor se efectúe en nuestros cuerpos mortales. Puede ser que ésta consista en que disfrutemos de ciertas bendiciones terrenales por un tiempo, pero la mayor parte de nuestras oraciones no deben ser por éstas, sino por la realización de su voluntad.
Jesús pormenorizó este punto cuando dijo a sus discípulos que, siempre y cuando permanecían en él y sus palabras permanecían en ellos, podrían pedir en oración todo lo que deseaban, y se les concedería. (Juan 15:7) Esto podría parecer que realmente somos privilegiados de pedir a Dios todo lo que podamos pensar y querer. ¡Pero no es así!
Note la condición vinculada con esta declaración del Maestro—“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros.” Permanecer en Cristo significa ser un miembro de su cuerpo, siendo él nuestra Cabeza. Esto significa que sus pensamientos se hacen nuestros pensamientos, y que sus planes se hacen nuestros planes. Si nuestras voluntades han sido totalmente entregadas a Dios, mediante Cristo, ya no tendremos voluntad propia, de ahí que nuestras oraciones no serán peticiones de lo que queremos, sino sólo de aquellas cosas que están en armonía con la voluntad de nuestra Señor. Orando así en armonía con la voluntad del Señor, podemos estar seguros de recibir respuestas favorables.
Esto está en armonía con otra declaración hecha por Jesús a sus discípulos en la cual se nos informa que el Padre Celestial estará feliz dándoles “el Espíritu Santo a los que se lo pidan.” (Lucas 11:13) Estar lleno del Espíritu de Dios significa que sus pensamientos dominarán nuestros pensamientos, y que nuestras vidas serán conformadas a aquellos pensamientos. Entonces no pediremos bendiciones de Dios excepto aquellos que Él nos prometió dar, y entonces nunca habrá ninguna duda respecto a si las oraciones de alguien serán contestadas o no.

“Venga Tu Reino”

Señor, enséñanos a orar,” Jesús les dio lo que comúnmente conocemos como “El Padrenuestro.” En esta oración ejemplar se nos provee una guía de las cosas por las cuales podemos orar.
Una parte importante de este breve bosquejo de la oración es el método apropiado de dirigirse a Dios—“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.” (Lucas 11:1,2) En las Escrituras, Adán se denomina un “hijo de Dios.” (Lucas 3:23,38) Pero cuando pecó, perdió su filiación, siendo enajenado de Dios y condenado a la muerte. Los hijos de Adán, la raza humana entera, son igualmente extranjeros y forasteros respecto a Dios, así que no pueden dirigirse correctamente a él como “Padre nuestro que estás en los cielos.” Este es un privilegio que pertenece exclusivamente a aquellos que se han arrepentido de sus pecados, aceptado a Jesús como su Salvador personal, y dedicado sus vidas a Dios en plena consagración para hacer su voluntad. Tales personas son representadas como aquellas que han recibido el Espíritu de adopción de Dios, y de este modo han llegado a ser sus hijos.
Como hijos de Dios, éstos desearán sobre todo honrar el nombre de su Padre. Así que por palabra y por acción su actitud siempre será, “Santificado sea tu nombre.” Santificar apropiadamente el nombre de nuestro Padre Celestial implica que cuando nos acercamos a él en oración lo haremos de la manera demostrada por Jesús en las Escrituras. Él explicó que nuestras oraciones deben ser ofrecidas en su nombre. (Juan 15:16)
Hay una razón por esto. Como miembros de la raza justamente condenada, no tenemos ninguna posición ante el trono divino de gracia excepto mediante Jesús, nuestro Abogado. Pero en su nombre, y por el mérito de su sangre derramada, somos privilegiados de ir “confiadamente” al trono de gracia para hallar el perdón, y alcanzar todas las otras bendiciones que nuestro Padre Celestial amoroso ha prometido darnos. (Hebreos 4:16) Si santificamos su nombre de la manera correcta nunca presumiremos acercarnos a él excepto a través de Jesús.
Hay una razón por esto. Como miembros de la raza justamente condenada, no tenemos ninguna posición ante el trono divino de gracia excepto mediante Jesús, nuestro Abogado. Pero en su nombre, y por el mérito de su sangre derramada, somos privilegiados de ir “confiadamente” al trono de gracia para hallar el perdón, y alcanzar todas las otras bendiciones que nuestro Padre Celestial amoroso ha prometido darnos. (Hebreos 4:16) Si santificamos su nombre de la manera correcta nunca presumiremos acercarnos a él excepto a través de Jesús.
Las bendiciones que anhela la raza humana, y por las cuales millones de personas oran, fueron todas previstas por Dios y aseguradas por el reino que ha prometido por medio de todos sus profetas. En estas promesas encontramos muchos detalles de las bendiciones que esto garantizará a la gente, inclusive la restauración de aquellos que han muerto. No, Dios no ha pasado por alto el sufrimiento de las personas, ni tampoco ha ignorado sus gritos de socorro; sino la respuesta a sus oraciones, cuando llegue su debido tiempo, será más allá de todo lo que hayan esperado alguna vez.
Tome el caso de una madre que ora por la seguridad de su hijo en el campo de batalla. Ella ama a aquel muchacho, y nada podría significarle más felicidad que su vuelta segura al hogar familiar. Pero cuando no vuelve, su primer pensamiento puede ser que Dios no se preocupa por él, que no tiene compasión. ¡Qué diferente se sentiría ella si pudiera creer que Dios había proporcionado un regreso de su hijo mucho más satisfactorio que jamás había imaginado cuando oraba!
Cuán poco sabe una madre a veces de la privación y del sufrimiento de los cuales pudiera salvarse su hijo durmiéndose en la muerte. Después de todo, tanto la madre como el hijo son miembros de una raza moribunda, y la diferencia entre morir en el campo de batalla y morir unos cuantos años más tarde de la vejez es sólo momentáneo comparado con la existencia interminable de la eternidad. Es de este punto de vista que debemos aprender a considerar el tema de la oración y de la manera en la cual Dios contesta nuestras peticiones.
El hecho de orar a Dios es admitir nuestra creencia de que su sabiduría, poder y amor exceden mucho más que los nuestros. Pero olvidamos esto frecuentemente, y sentimos que él no ha honrado nuestras oraciones porque no las ha contestado como lo quisiéramos, según el ejercicio de nuestras propias capacidades endebles. La duración de nuestra vida condenada es muy corta. Juzgamos bien los logros si alcanzan la madurez dentro de este tiempo corto que conocemos. Pero no debemos juzgar las obras de Dios a través de este punto de vista.
Las Escrituras hablan de Dios de que ha existido “por los siglos de los siglos.” (Salmos 41:13, 90:2) Él no está obligado a completar cualquier fase particular de su plan dentro de nuestra vida corta, ni siquiera si tiene que ver con nuestras peticiones individuales. Si rezáramos a Dios hoy por algunas bendiciones especiales que estuvieran de acuerdo con su voluntad, y la respuesta no viniera hasta mañana, o hasta pasado mañana, no perderíamos la fe en él, sino nos alegraríamos cuando la respuesta finalmente llegara. Pues, Dios tiene sus “mañanas” también. Sus días no son medidos por horas, ya que son años, y en la edad de “mañana”, el período de mil años del reino de Cristo, todas aquellas bendiciones que el mundo ha anhelado legítimamente, y de las cuales millones de personas han expresado peticiones a Dios, serán derramadas en abundancia sobre la humanidad. Reconociendo esto, los pueblos responderán en aquel tiempo: “He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado . . . nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación.” (Isaías 25:9)

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